EL NUEVO ORDEN
La película retrata gráficamente el baile y la música de Manchester desde finales de los 70 hasta principios de los 90 y documenta la vitalidad que convirtió a Manchester en un lugar de moda en todo el mundo. "24 hour party people" es la trepidante y emocionante historia del espectacular ascenso y caída de la discográfica Factory Records de Manchester, origen de grupos como Joy Division, New Order y Happy Mondays, y de la conocida discoteca Hacienda.
4 de junio de 1976. Manchester. En una desvencijada sala de conciertos el cartel anuncia a los Sex Pistols. Entre los 42 asistentes se cuentan los miembros de The Stiff Kittens, que pronto pasarán a llamarse Joy Division. Los Buzzcocks contemplan el espectáculo desde una esquina mientras un pelirrojo salta como un poseso: es Mick Hucknall, que años después fundará Simply Red. Morrisey también ha abonado la entrada. Y como testigo privilegiado de un momento que cambiará el curso de la música popular, Tony Wilson, un periodista que aglutinará en torno suyo los sonidos que surgieron de la ciudad británica.
'24 Hour Party People' relata, en apariencia, tres lustros en la vida del tal Wilson, presentador televisivo de programas basura, cazatalentos, promotor del sello discográfico Factory -que lanzó a Joy Division, New Order y Happy Mondays- y factótum de la discoteca The Hacienda, un templo del acid house que, a finales de los ochenta, llegó a ser tan famoso como el Studio 54 neoyorquino. En realidad, el filme del británico Michael Winterbottom, autor de la magna 'Wonderland', homenajea de forma brillantísima y divertida un tiempo no tan lejano, en el que por las radios no atronaban Bisbal y los ídolos prefabricados de 'O. T.', sino 'Love Will Tear Us Apart', de Joy Division.
Tony Wilson, interpretado por el cómico Steve Coogan, es nuestro cicerone por este paseo entre los furiosos espasmos del punk y el apocalipsis rave. «Como dijo John Ford: si tienes que elegir entre la verdad y la leyenda, publica la leyenda», espeta Wilson a cámara en un filme inclasificable, que entremezcla el falso documental, la comedia biográfica y el musical. Los amantes de la cultura de club y melómanos rock gozarán con las anécdotas reales que escenifica la cinta: los excesos del productor Martin Hannett, fallecido de un ataque al corazón con 42 años; el tormento del manager Rob Gretton, muerto a causa de un infarto a los 46 años; las aficiones adolescentes de los hermanos Ryder, de Happy Mondays, que pasaron de envenenar palomas en Manchester a pregonar las bondades del éxtasis en Ibiza
De 1976 a 1992, Manchester nutrió al pop británico de vitalidad y hedonismo. Algunos de aquellos agitadores, que hoy figuran en las enciclopedias del rock, asoman entre las frenéticas imágenes de '24 Hour Party People', cortesía del director de fotografía Robby Müller, colaborador habitual de Lars Von Trier, Jim Jarmusch y Wim Wenders. Su cámara recorre como en una montaña rusa un tiempo y un lugar irrepetibles.
Winterbottom narra esta historia con indudable maestría. El envidiable montaje es sólo un arma puesta al servicio de la verdadera protagonista de la cinta: la música. Para narrar la historia elige el punto de vista de Tony Wilson, pero no se trata de un narrador al uso. Los juegos de Wilson con la cámara, en permanente diálogo con el público, restan carga mítica a la película, de modo que lo que podría haberse convertido en una loa a unos años dorados del rock mancuniano termina por aparecer como un documento cínico y muy divertido sobre una época en la que nadie sabía quién era ni a dónde iba, tan sólo se limitaba a vivir al día y sin preocupaciones, en una fiesta perpetua de veinticuatro horas diarias.
Winterbottom intercala imagen real y documentales de la época, de manera análoga a la técnica empleada en su magistral Welcome to Sarajevo (1997), en la que resultaba virtualmente imposible diferenciar las imágenes reales del cerco de Sarajevo de las tomas, cámara en mano, que Winterbottom efectuó en la capital bosnia. Los conciertos de Sex Pistols, Joy División y Happy Mondays se funden a la perfección con las dramatizaciones de los mismos. ¿Estamos viendo al auténtico Bez bailar en los conciertos del grupo de Shaun Ryder, o a su sosías cinematográfico? ¿En qué momento el espíritu de Ian Curtis posee a Sean Harris? ¿Seguro que la escena en que New Order ensayan “Blue Monday” no está robada de un documental?
Muchos de los hechos representados en la película no coinciden necesariamente con la realidad. Se trata de un falso documental, que parece ampararse más en la leyenda que en la verdadera realidad, creando una ficción alejada de los hechos efectivos. Corre detrás del mito sin ocultar sus intenciones y, sin embargo, logra exponer las sensaciones verdaderas que surgían sobre el punk, sobre el sello y el club, y, aún más, sobre una ciudad, degradada y oscura donde la alienación era el único escape posible, que ha sido transformada desde el rock hacia todos sus niveles culturales.
Nos hallamos, por tanto, ante una película enormemente rica, tanto en el aspecto visual como en el narrativo, llena de juegos con el espectador y el personaje real al que se alude en el metraje, una película postmoderna en el sentido que a Tony Wilson le gustaría dar a este término y, sobre todo, una película que trata con auténtico cariño y razonable distanciamiento un fenómeno musical, una época, una manera de entender el mundo y la vida.
4 de junio de 1976. Manchester. En una desvencijada sala de conciertos el cartel anuncia a los Sex Pistols. Entre los 42 asistentes se cuentan los miembros de The Stiff Kittens, que pronto pasarán a llamarse Joy Division. Los Buzzcocks contemplan el espectáculo desde una esquina mientras un pelirrojo salta como un poseso: es Mick Hucknall, que años después fundará Simply Red. Morrisey también ha abonado la entrada. Y como testigo privilegiado de un momento que cambiará el curso de la música popular, Tony Wilson, un periodista que aglutinará en torno suyo los sonidos que surgieron de la ciudad británica.
'24 Hour Party People' relata, en apariencia, tres lustros en la vida del tal Wilson, presentador televisivo de programas basura, cazatalentos, promotor del sello discográfico Factory -que lanzó a Joy Division, New Order y Happy Mondays- y factótum de la discoteca The Hacienda, un templo del acid house que, a finales de los ochenta, llegó a ser tan famoso como el Studio 54 neoyorquino. En realidad, el filme del británico Michael Winterbottom, autor de la magna 'Wonderland', homenajea de forma brillantísima y divertida un tiempo no tan lejano, en el que por las radios no atronaban Bisbal y los ídolos prefabricados de 'O. T.', sino 'Love Will Tear Us Apart', de Joy Division.
Tony Wilson, interpretado por el cómico Steve Coogan, es nuestro cicerone por este paseo entre los furiosos espasmos del punk y el apocalipsis rave. «Como dijo John Ford: si tienes que elegir entre la verdad y la leyenda, publica la leyenda», espeta Wilson a cámara en un filme inclasificable, que entremezcla el falso documental, la comedia biográfica y el musical. Los amantes de la cultura de club y melómanos rock gozarán con las anécdotas reales que escenifica la cinta: los excesos del productor Martin Hannett, fallecido de un ataque al corazón con 42 años; el tormento del manager Rob Gretton, muerto a causa de un infarto a los 46 años; las aficiones adolescentes de los hermanos Ryder, de Happy Mondays, que pasaron de envenenar palomas en Manchester a pregonar las bondades del éxtasis en Ibiza
De 1976 a 1992, Manchester nutrió al pop británico de vitalidad y hedonismo. Algunos de aquellos agitadores, que hoy figuran en las enciclopedias del rock, asoman entre las frenéticas imágenes de '24 Hour Party People', cortesía del director de fotografía Robby Müller, colaborador habitual de Lars Von Trier, Jim Jarmusch y Wim Wenders. Su cámara recorre como en una montaña rusa un tiempo y un lugar irrepetibles.
Winterbottom narra esta historia con indudable maestría. El envidiable montaje es sólo un arma puesta al servicio de la verdadera protagonista de la cinta: la música. Para narrar la historia elige el punto de vista de Tony Wilson, pero no se trata de un narrador al uso. Los juegos de Wilson con la cámara, en permanente diálogo con el público, restan carga mítica a la película, de modo que lo que podría haberse convertido en una loa a unos años dorados del rock mancuniano termina por aparecer como un documento cínico y muy divertido sobre una época en la que nadie sabía quién era ni a dónde iba, tan sólo se limitaba a vivir al día y sin preocupaciones, en una fiesta perpetua de veinticuatro horas diarias.
Winterbottom intercala imagen real y documentales de la época, de manera análoga a la técnica empleada en su magistral Welcome to Sarajevo (1997), en la que resultaba virtualmente imposible diferenciar las imágenes reales del cerco de Sarajevo de las tomas, cámara en mano, que Winterbottom efectuó en la capital bosnia. Los conciertos de Sex Pistols, Joy División y Happy Mondays se funden a la perfección con las dramatizaciones de los mismos. ¿Estamos viendo al auténtico Bez bailar en los conciertos del grupo de Shaun Ryder, o a su sosías cinematográfico? ¿En qué momento el espíritu de Ian Curtis posee a Sean Harris? ¿Seguro que la escena en que New Order ensayan “Blue Monday” no está robada de un documental?
Muchos de los hechos representados en la película no coinciden necesariamente con la realidad. Se trata de un falso documental, que parece ampararse más en la leyenda que en la verdadera realidad, creando una ficción alejada de los hechos efectivos. Corre detrás del mito sin ocultar sus intenciones y, sin embargo, logra exponer las sensaciones verdaderas que surgían sobre el punk, sobre el sello y el club, y, aún más, sobre una ciudad, degradada y oscura donde la alienación era el único escape posible, que ha sido transformada desde el rock hacia todos sus niveles culturales.
Nos hallamos, por tanto, ante una película enormemente rica, tanto en el aspecto visual como en el narrativo, llena de juegos con el espectador y el personaje real al que se alude en el metraje, una película postmoderna en el sentido que a Tony Wilson le gustaría dar a este término y, sobre todo, una película que trata con auténtico cariño y razonable distanciamiento un fenómeno musical, una época, una manera de entender el mundo y la vida.