25 jul 2005

CAMILLE Y LA PARANOIA DEL AMOR

En 1893 después de 15 años de relación Camille Claudel decide terminar con Rodin al percatarse que su amor nunca sería correspondido con la misma intensidad e inicia su carrera artística sola y lejos de su maestro. Camille se dedicó entonces a la escultura de manera frenética, y se aisló cada vez más.
Participó en varias exposiciones de galerías importantes pero no salía de su cuarto donde se dedicaba a esculpir encerrándose en su casa con sus gatos, y con llave puesta en las puertas y ventanas, en acto de inaudita desesperación.
Su situación económica se complicó y al poco tiempo empezaron a aflorar muestras de problemas mentales. Finalmente enfermó, tanto que en diciembre de 1905 se organizó en París una última gran exposición con 13 de sus esculturas.
Se volvió una paranoica e insistió en que Rodin la quería destruir y que la perseguía. Empezó a tener problemas con las Galerías al no entregar las obras. El problema no era que no realizara las obras sino que una vez acabada la escultura la destruía. Comenzó a sentir miedo, apenas comía por temor a ser envenenada y destruyó a martillazos sus propias obras.
Por ello fue internada en un hospital psiquiátrico donde le diagnosticaron paranoia en 1914. Habría de pasar 30 años en ese sanatorio, años en los que estaban prohibidas las visitas y también que se desahogara creando esculturas.
El 3 de marzo de 1913 moría su padre, Louis-Prosper Claudel, la única persona de su familia en la que Camille encontró algo de comprensión. Una semana después, el 10 de marzo, fue arrastrada fuera de su apartamento e introducida en una ambulancia. Su madre, Louise, había firmado los papeles para su internación en el sanatorio de Ville-Evrard ante la opinión médica de que sufría severos trastornos mentales que la hacían peligrosa para sí misma y para los demás. "Triste sorpesa para una artista; eso fue lo que obtuve en lugar de una recompensa, suelen ocurrirme semejantes cosas", escribiría ella después.Hoy se sabe que, en su primer día de ingreso, el doctor Truelle le diagnosticó "una sistemática manía persecutoria" y "delirios de grandeza" por los que se creía víctima de "los ataques criminales de un famoso escultor", como consta en los documentos recientemente hechos públicos, desmintiendo así la idea, en cierto modo romántica, de que su encierro fue ordenado por su familia para evitar el escándalo. "En el fondo, todo eso surge del cerebro diabólico de Rodin. Tenía una sola obsesión: que, una vez muerto, yo progresara como artista y lo superara; necesitaba creer que, después de muerto, seguiría teniéndome entre sus garras igual que hizo en vida", llegó a escribir, en un ejemplo de cómo la pasión se tornó en odio.
Camille vivió en la más extrema soledad ("Necesito ver a alguna persona que sea amiga"), ya que su madre solicitó que no se le permitiera recibir visitas ni mantener correspondencia. Así, en total abandono, con la mayor parte de su obra destruida por sus propias manos, olvidada por todos, murió en el sanatorio de Montdevergues (al que había sido trasladada en 1914) el 19 de octubre de 1943. "No he hecho todo lo que he hecho para terminar mi vida engrosando el número de recluidos en un sanatorio, merecía algo más".Las mañanas, las noches, las horas pasaban y pasaban sin deternerse nunca, siempre iguales, monótonas y lúgubres; y con ellas, una imaginación que núnca se detenía, la tristeza, la ira inútil y crepitante, el alma de una artista aplastada, rota. Así, en total abandono, con la mayor parte de su obra destruida por sus propias manos. olvidada por todos, murió en el sanatorio de Montdevergues (al que había sido trasladada en 1914) el 19 de octubre de 1943. Escribió a su hermano muchas cartas que no recibieron respuesta aunque si la visitó alguna vez, en contra de la opinión de su madre. En una de sus cartas a Paul le dice: "Ven a verme, amado hermano mío, dime que sí y no quede yo para siempre en esta nada con barrotes que es la prisión de locos, donde mi madre y todos ustedes me han confinado, por haber tratado de ser Camille y mujer, Camille y artista, Camille y amante y libre."Su madre jamás fue a visitarla y rechazó, a fines de los años veinte, el consejo de los médicos de regresarla a su hogar. Paul Claudel, embajador y célebre poeta adinerado, se negó, en 1933, a pagar su pensión hospitalaria.El 19 de octubre de 1943 Camille muere en el sanatorio de Montdevergues "por haber tratado de ser Camille y mujer, Camille y artista, Camille y amante y libre", como ella misma describe su confinamiento.
Cuando falleció, dieron el aviso a la familia; nadie respondió y el cadáver se hundió en una fosa común.

BESOS ABANDONADOS

El beso



El abandono

Hay una estatua de Camille Claudel que evoca la leyenda hindú de Sakuntala. La concluyo en 1889 cuando apenas contaba 26 años. El rey y su esposa Sakuntala se encuentran en el Nirvana después de haber sido separados en la tierra. El abandono, título involuntario del misterio que el tiempo depositó sobre esa figura, imagina el reencuentro de los amantes. La reina coloca suavemente la cabeza sobre el hombro del rey que ha caído de rodillas frente a ella; hay un beso en la quietud; los dos rostros se confunden; Sakuntala cierra los ojos: implora eternidad; el rey, inundado de dicha por haber reconquistado a su amante, la toma con los brazos por la delicada cintura.
Maurice Blanchot, que alguna vez fue sorprendido por la enigmática pieza en un despreocupado museo provincial, redactó la impresión acaso mas perdurable que conocemos de ella: ¡Relámpago de tristeza eterna! Jeanne Fayard ha concluido que El abandono representa "la respuesta'' de Camille Claudel a El beso, la celebre estatua de Auguste Rodin, su mas necio e inabarcable amor. Es una hipótesis seductora. El abandono recoge la épica de dos cuerpos que se reúnen y nunca se encuentran; la épica de la ausencia incorregible, la fractura, el tocándonos-no-estamos, el cuerpo que ha perdido el habla, la sin respuesta. El beso, por el contrario, es un homenaje a la ilusión de la presencia: el cuerpo-espectáculo, el cuerpo-mármol, la fantasía de la perfección, el huir del fantasma de la obsolescencia, un yo que apenas acompaña al otro, que apenas lo roza... en la boca.
Camille conoció a Rodin a la edad de 20 años. El escultor, casado con Rose B., una ama de casa resignada y a veces confundida, ya gozaba, a sus 44 años, del prestigio y de los privilegios de la élite de artistas protegida por la Academia Francesa. Durante mas de siete años vivieron --como diría Rainer-Marie Rilke en su ensayo sobre "El álgebra de las rocas''--, al amparo "no de un amor, sino de una historia universal de la euforia y de la disolución''.
Camille vivió, estudió y trabajó en sus talleres. Toleró que firmara sus obras (como se acostumbraba en los grandes obrajes de escultores del siglo XIX). Militó por él. Lo amó. Le concedió dos abortos. Pero, sobre todo: lo ilustró y lo reformó con la inteligencia de su dolor. El dolor de una mujer --? la mujer?-- que luchó sin ceder ni conceder por despojar al arte y a la vida del vacío de la culpa, el desamor y las convenciones estéticas de la era victoriana.
Si las primeras piezas de Camille llevan el sello del estilo de Rodin, las obras consagradas de Rodin llevan el sello inconfundible de la mirada de Camille. A los cuerpos de Rodin los designa una metáfora que resume a la estética victoriana: el espejismo que conjuga a lo sublime con la liviandad. Volar para ser etéreos es la consigna de los cánones estéticos de la era del progreso. Los cuerpos de Camille, en cambio, son zonas del desgarramiento y la devastación: un espejo del alma.
Rodin, en su ultima época, acabara por ceder frente a este "estilo''. Rodin abandonó a Camille. Mas aún: la quiso hundir en el anonimato y en el olvido. La Academia la castigó con el rechazo, el desprecio y el retiro del apoyo. Su obra "hería el buen gusto''. La familia la confinó en un hospital siquiátrico para, en realidad, "salvar el nombre''. Todos los infiernos del mundo moderno en una frágil vida.
Camille Claudel no cedió.
Emancipó la soledad.
La convirtió y se convirtió ella misma en una obra de arte.
Esculpió, no las utopías de la felicidad que nos proporciona la ensoñación del cuerpo como Rodin, sino la terrible historia de su alma y, con ello, la historia del alma.


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