30 jul 2005

LAGRIMAS EN LA LLUVIA


Es toda una experiencia
vivir con miedo... ¿verdad?
Eso es lo que significa ser esclavo.

Yo... he visto cosas
que vosotros no creerías
atacar naves en llamas
más allá de Orión,
he visto rayos C
brillar en la oscuridad
cerca de la puerta Tannhäuser.

Todos esos momentos
se perderán en el tiempo
como lágrimas en la lluvia.

Es hora de morir.

Roy Batty-Blade Runner

BLADE RUNNER Y LOS MITOS









Más allá de Orión (de mitos, fantasmas y lugares imaginarios)
Fragmento del Ensayo de Domingo Largo Rodríguez(2001)
Entorno mítico, esa es la clave. Lo que logró el equipo de Blade Runner de manera tan magistral, mucho más convincente incluso que la novela de Dick, es enhebrar en nuestro ánimo la idea de que lo que contemplamos en la pantalla es la encarnación de un mito; de un mito nuevo, revestido de personajes desconocidos —Deckard, Rachael, Pris y Roy Batty— y al mismo tiempo reconocibles, como en cualquier auténtico mito. La literatura, como nuestro cerebro, se nutre en realidad de pocas figuras: Hamlet es Hamlet, pero está en Aquiles; igual que Aquiles está en Sansón; lo mismo que sobre Judas Iscariote cabalga la sombra de Caín. En una novela moderna aparecerán con otros nombres, pero será la referencia al mito del que se nutren lo que les haga perdurar. Cuando el Mito se encarna de forma especialmente magistral, como el caso de Blade Runner entonces serán los personajes del cuento los que adquieran a su vez, de forma separada, la condición de Mito. Así, Roy Batty es ya un mito en sí mismo, aunque tras su figura percibamos sin duda la figura del monstruo de Frankenstein. Fue Rutger Hauer —actor encargado de dar vida en la pantalla a Roy Batty— el autor improvisado de ese monólogo maravilloso que ha quedado en la memoria de cuantos vimos Blade Runner con embeleso, convencidos de que aquella película quedaría ya para siempre en nuestras vidas. Orión... el cazador. Según la mitología griega, Orión se jactaba de poder cazar cualquier criatura, por grande y poderosa que fuese. Para castigarle por su soberbia, Gea le envió un escorpión mientras dormía, que le mordió en un pie, causándole la muerte. Compadecida Diana Cazadora de su discípulo, le colocó en el firmamento, en forma de constelación. Fue Flammarion el primero en referirse a Orión como "La California del Cielo", en feliz expresión que popularizaron después los astrónomos norteamericanos. En efecto, en pocos rincones del cielo pueden encontrarse juntos tantos fenómenos dignos de estudio. Orión es un símbolo de la sucesión del Tiempo, de la alternancia entre la vida y la muerte. Tanto Rigel como Betelgeuse, sus dos gigantes blanco-azulada y roja respectivamente, están en la fase final de la vida de las estrellas. De su masa y de sus condiciones particulares, dependerá el que muy pronto tengan que "decidirse" entre seguir expandiéndose en una esfera rojiza, cada vez mayor y más tenue, más ligera, o, por el contrario, si sus masas son lo suficientemente grandes para atraer hacia su centro a su capa exterior, empezar a contraerse hasta convertirse en una enana blanca o quizás, en un agujero negro. Al mismo tiempo, radiotelescopios del mundo entero se orientan hacia el centro de la nebulosa que ocupa el centro de la constelación, cerca de las tres estrellas pálidas de lo que se conoce como "El Cinturón", también llamadas "Tres Marías" o "Tres Reyes". Allí, por el contrario, nacen nuevas estrellas azuladas y jóvenes, que todavía están formándose. Pero es que Orión y Escorpio se sitúan aproximadamente a la misma latitud y muy separadas, de forma que cuando una sale la otra se pone, y así al Cazador orgulloso en lo alto le sigue su verdugo, y viceversa, alternándose los dos en ostentar la máxima altura en el cielo nocturno o por contra la "humillación" del ocaso. De esta manera, ciencia y leyenda se unen de forma simple y a la vez maravillosa, para cuantos iniciados sepan leer las leyendas inscritas en las estrellas. Remontémonos a los sabios griegos, a los navegantes fenicios o a los druidas celtas, fueron ellos los primeros en utilizar el cielo para dejar constancia en él de sus leyendas, de sus mitos, tejidos por siglos de observación, trenzados con siglos de sabiduría. También en el siglo XVIII los navegantes europeos pudieron poner nombre a las estrellas nuevas que iban descubriendo al adentrarse en el hemisferio sur. Pero, salvo excepciones, lo que pusieron en el cielo era lo que llevaban en sus cabezas modernas e ilustradas: telescopios y microscopios, máquinas e instrumentos. En el norte, por contra, civilizaciones volcadas a la observación de los astros dejaron constancia desde el principio de los tiempos de cuantos símbolos poblaban su memoria. ¿Por qué un cazador en el monólogo de Roy Batty? Desde siempre ha sido un tópico del género la aparición de un personaje que, formando parte del engranaje totalitario de una sociedad futura, en un momento dado tome conciencia e intente cambiar las cosas. Es el Montag de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, el Deckard de Scott en Blade Runner, el protagonista de La fuga de Logan. Todos ellos comenzarán las respectivas novelas formando parte de estructuras militares o paramilitares contra las que irán descubriendo una identidad propia que les irá acercando a sus víctimas, hasta ponerse de su parte. Orión, como Deckard, es el orgullo vencido, la soberbia que cae en la cuenta. Al final, será cuestión de acercarnos a la ciencia ficción en particular, y a la literatura en general, tratando de ver lo que se esconde tras las apariencias. El ser humano no ve el mundo, lo reinventa a cada mirada. Esto lo sabemos desde siempre —probablemente desde La Caverna de Platón—, aunque fuese Kant quien lo redescubriese. Al final, cielo y tierra no son sino un gigantesco tapiz contra el que proyectamos nuestros propios fantasmas, o por decirlo de otro modo, un espejo en el que nos miramos a nosotros mismos, quizás sin darnos cuenta. Lo maravilloso de ciertas obras literarias o cinematográficas, como Blade Runner o las leyendas artúricas, es el grado de perfección, el número de matices diferentes, que pueden añadir a ese espejo. Igual que cuando Jung explicaba la baraja de Tarot no como medio de adivinar el futuro, sino como espejo para que aquel que echa las cartas se explore a sí mismo a través de los símbolos múltiples y a la vez interrelacionados que las cartas proponen, en cada tirada.
Y por supuesto, algo más, porque siempre hay algo más en un mito. Acudid una biblioteca y consultad un mapa de estrellas, en el que encontraréis las distintas constelaciones. Cerca, muy cerca de la de Orión, os toparéis con la constelación de Monoceros: el Unicornio. Justo allí donde el amigo Hauer/Batty nos dijo que estaría: apenas un poco "Más allá de Orión".

ENCUENTRO CON UN MONSTRUO

La cultura africana, el dinamismo musical europeo y una personalidad especial confluyen en Richard Bona. El bajista camerunés, nacido en 1967, se considera a sí mismo como un contador de historias, algunas de las cuales apoya con la voz, mientras que en otras ocasiones deja hablar a su bajo eléctrico. No es ni uno ni otro, pero hay quienes le sitúan en algún punto entre Sting y Jaco Pastorius, su gran referente. De hecho, fue a través del maestro de las cuatro cuerdas como Bona se introdujo en el jazz. Aunque lo cierto es que conoció esta música por necesidades de trabajo, cuando el dueño de un local le ofreció tocar en un hotel si hacía temas jazzísticos. Con el préstamo de unos cinco centenares de discos, el músico empezó a trabajar... hasta hoy.Desde pequeño, cantaba con su familia en la iglesia de Minta, en el este de su país, como parte del coro. Y si a los cinco años actuaba en público, no tardó mucho en pasar de tocar con flautas de madera y hacer percusiones a fabricarse su propia guitarra de doce cuerdas, acústica. Pero le iba la electricidad, así que alquiló una guitarra amplificada para actuar, una vez instalada su familia en la ciudad de Douala, de mayor tamaño que su villa natal. Tenía once años.Con semejantes antecedentes y el impacto que le produjo el álbum en solitario de Pastorius -en especial, el tema 'Portrait of Tracy'- no es de extrañar que se lanzara a devorar material de jazz para incorporarlo a su arsenal expresivo durante la década de los ochenta. Luego llegaría su etapa parisina, en la que compartió labores musicales con el violinista Didier Lockwood o el bajista Marc Ducret. También colaboró con figuras de la música africana, de la talla de Manu Dibango o Salif Keita, a la vez que continuó en su ruta hacia las interioridades del jazz, con las grabaciones de Miles Davis, Chet Baker o Ben Webster. La escena de Nueva York le recibió a finales de 1995. Instalado en la Gran Manzana, contactó con el miembro fundador de Weather Report Joe Zawinul, a quien ya conocía de París, y se unió al grupo Zawinul Sindicate. Los hermanos Brecker, Mike Stern, Pat Metheny, Herbie Hancock, Chick Corea, Jacky Terrasson y Branford Marsalis o los baterías Steve Gadd y Omar Hakim han contado en alguna ocasión con el buen hacer de Bona, un hombre personalmente amable y relajado.Richard Bona es mucho más que una aguda manera de cantar, sus álbumes Reverence o Scenes from My Life. han llegado a los primeros puestos de las listas de música y recogido las mejores críticas especializadas; que le han situado en la vanguardia jazzística del momento, destacando su versatilidad como compositor, poderoso bajista o flexible vocalista. Con un registro que va desde el jazz a la música de raíz, acompañado por una excelente sonoridad de una banda interracial de Africa, América y Europa, Bona construye un universo sonoro donde se funden todos los géneros, para generar una música llena de pasión e intensidad que traspasa fronteras
Le dicen el Monstruo.Tal vez sea un 'griot', un 'contador' africano de hoy, con su bajo eléctrico, su guitarra, sus teclados y su percusión.

Miedo

¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras!...
Oh, no he tenido nunca las bellas primaveras
que tienen las mujeres cuando todo lo ignoran.

Alfonsina Storni
(fragmento de "Miedo" )

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