17 ago 2005

TE CONOZCO MASCARITA

Pocas cosas menos naturales que Venecia y su carnaval.
De una población construida en una laguna para defenderse de las invasiones surge una ciudad resplandeciente y aislada y un carnaval igualmente esplendoroso y de disfraces personales y aislados. ¿Qué se esconde tras las máscaras? Uno sospecha que otra decadencia. ¿Quién? Alguien que desafía la destrucción del tiempo con otra belleza. Las figuras vivas del carnaval de Venecia tienen un punto de eternidad. Quienes les dan vida no, pero las figuras adquieren vida propia con independencia de quien lleva la máscara y mueve los ropajes. Podrían sucederse y hacer que una máscara veneciana viva siglos. Y, sin embargo, son efímeras, y no suelen repetirse de un año para otro. A lo sumo se aprovechan algunos elementos accesorios, pero la creación es un nuevo personaje cada año.Produce inquietud el que las máscaras del carnaval de Venecia vayan solas por las calles, algunas veces en pareja, muy pocas en grupos de no más de cuatro o cinco. La mayoría van solas, y salen a ser vistas ya posar. No son modelos, son personajes de invención, y como tales personajes saben posar con naturalidad y complacencia, lo que seguramente no sabrían hacer o lo harían con incomodidad si tuvieran que ponerse delante de las cámaras con el verdadero Yo que ocultan los lujosos vestidos y las máscaras.¿Qué encontraríamos si quitáramos las máscaras? La juventud y la belleza se presentarían con la cara descubierta, no soportan bien la ocultación. Es un instinto natural. Tras las máscaras s sospecha que hay fealdad, deterioro físico, vejez acaso. En la ambigüedad de las ropas, un sexo impreciso. A veces se adivina el sexo de las máscaras de Venecia, pero muchas veces no. ¿Es hombre o mujer? nos preguntamos, porque las máscaras son la representación material del alma del que las lleva, y el alma es espíritu, abstracción sin sexo ni edad. En las máscaras hay rebeldía contra la realidad y, en cierto modo, contra sí mismo. Es preciso crear un personaje nuevo en el que nos reconozcamos poéticamente, no que nos suplante, sino que nos haga ser como somos en nuestro pensamiento más íntimo, como deberíamos ser siempre, que no es sino como somos espiritualmente.Para Baudelaire todo lo bello y noble es artificio, razón y cálculo. Lo natural y lo real es lo feo y lo malo. El mal se hace solo. La búsqueda de la perfección y de la belleza implica un esfuerzo noble,. una forma de orgullo humano en un mundo que intenta nivelarlo todo, incluso las mentes. El carnaval de Venecia, la fastuosidad de sus máscaras, lo impreciso de su función y la inutilidad aparente del lujo y el cuidado de los trajes es una forma de aristocratismo artístico que impide, de momento, que el rasero que quiere igualarnos a todos consiga sus propósitos. Una transgresión sin duda, una protesta contra la masificación y el afán de castrar la capacidad de apreciar las artes, connatural al hombre, para convertirlo en un ser útil, dirigido y manipulado. Pero es un ocaso, una decadencia. No un final. El fin de las decadencias no existe porque sería negar la rebeldía contra la diferenciación natural de las habilidades y el talento de las personas. Sería negar la existencia de las élites. y de ahí anegar la existencia del Arte no hay más que un paso.
LA REBELDÍA CONTRA LA UNIFORMIDAD
La decadencia produce belleza, a veces belleza extravagante, y la belleza produce tristeza. Esta belleza habría que escribirla con mayúscula, porque no es lo bonito, lo agradable de ver, sino un concepto inalcanzable. Hay una forma sencilla de comprobarlo. Cuando nos encontramos ante una belleza humana tangible, pero turbadora e inalcanzable, sentimos tristeza. La contemplación de muchas figuras enmascaradas venecianas causan esa tristeza. No es que sean inalcanzables, es que el mundo no existe para ellas, ellas son el único mundo que les interesa. Con nuestro aspecto natural no somos nadie, carecemos de interés. Tienen el poder de quien seduce con su desdén. En otro ambiente provocarían agresividad por su deseo de destacarse con superioridad sobre sus semejantes, pero el carnaval justifica su disidencia. Parecen darnos a entender que son superiores y que estamos trastornados por su fascinación, porque en cierto modo es ve
rdad.La decadencia no es sólo el fin de un mundo, de una manera de entender- lo y de vivirlo, en una resistencia a dejarlo morir sin más. Debemos exagerar entonces lo que nos atrae del declinar de unas formas de vida. y el pueblo, que se adapta mal que bien a los cambios, se convierte en espectador, no participa de la resistencia. En Venecia ocurre así. Se establece, además, una complicidad muy parecida a la que hay entre el artista en sentido amplio y el espectador capaz de apreciar el arte, una suerte de entendimiento exhibicionista-voyeur. En el fondo es la misma complicidad que hay entre un pintor y el que ve su cuadro, entre un cantante y el que lo escucha, entre un escritor y el lector. Pero para la fantasía hace falta verosimilitud o pretexto o ambas cosas. Un artista puede crear una fantasía, si es verosímil y el espectador se la cree aun a sabiendas que es invención. La máscara veneciana tiene que crear una fantasía con una belleza extravagante, aunque sólo le será admitida en carnaval, nunca en otro momento. El carnaval es el pretexto que permite que se consienta la transgresión y la disidencia de la máscara, su exhibicionismo y su superioridad estética, su función social de educadora del gusto y de recordatorio de un pasado cultural glorioso.En Venecia el mirón, es sobre todo el turista. Los venecianos no son más de cuarenta o cincuenta mil personas, un número de habitantes que no debería sobrepasar ninguna ciudad civilizada y habitable, que viven de los visitantes de Venecia y que en los carnavales están casi todos trabajando en los servicios que la ciudad tiene que proporcionar a los forasteros. Los viajeros en Venecia son tantos en los días de carnaval que un guardia dirige la circulación de viandantes en las encrucijadas de las cientos de callejuelas y puentecillos. El turista no participa del carnaval sino que es el principal espectador, pero entre estos viajeros están buena parte de las máscaras. Austríacos y alemanes sobre todo, pero también suizos y franceses.Doble ocultación: la máscara y la ciudad decadente y extranjera. Unos días en otro mundo, unos días en el papel de otro, que no es otro en verdad, sino el que la máscara quisiera ser: el que es en realidad en su interior más íntimo. Como una terapia psicológica, las maravillosas, las bellísimas, las elaboradas máscaras de Venecia pasean su verdadera personalidad a la vista de todos para volver luego a su vida cotidiana revividos mientras la ciudad se hunde y ellas han ayudado a salvarla. Venecia no se parece a ninguna otra ciudad. Es única, aunque recuerde pasados esplendores bizantinos. Las máscaras tampoco se parecen unas a otras, aunque tengan en común una estética y deseo vehemente de huir de la uniformidad ala que el mundo contemporáneo nos lleva.No todo en el carnaval veneciano es ocultación completa. Hay otra manera de disfraz, quizá menos inquietante que las máscaras, pero de no menor interés. Son las parejas sin caretas, aunque muy bien maquilladas, formadas generalmente por un hombre maduro y otro joven. O personajes de la Comedia del Arte, de gran tradición italiana. En esos días callan las orquestinas del internacionalmente famoso café Florián y de los otros establecimientos de la plaza de San Marcos. Los personajes de comedia no llaman tanto la atención como las parejas que dije antes. Van maquillados, pero sin máscaras, vestido a la moda francesa de la segunda mitad del siglo XVIII. Perfectamente vestidos sin que les falte un detalle, ni el lunar pintado, ni los polvos en la peluca y el rostro. ..Sentados en los cafés de la espléndida plaza, no miran a nadie, hablan entre ellos y posan con un juego de ambigüedad. Y al verlos he recordado aun amigo que, siendo yo muy joven y él algo mayor, me decía que al ir por la calle o al entrar en sitio público, había que hacerlo con la cabeza alta, sin altanería, derechos, sin envaramiento, y, lo más importante, sin mirar a nadie. Tener la vista en un punto lejano que no alcance a nadie. "Estamos -decía- para ser mirados, no para mirar". El afán por diferenciarse es muy humano, porque sabemos que todos estamos hechos de la misma materia y somos de la misma condición humana, pero no todos de la misma inteligencia ni del mismo espíritu. Tenemos que crear- nos a nosotros mismos con unos juegos que practicamos en la vida diaria con una manera de vestir, de comportarnos, con unos gustos y unas formas de vida. Es artificio claro, que en el carnaval de Venecia se lleva a la teatralidad, a la exageración, incluso a la exacerbación, pero sin paso a lo grotesco. Todo está medido dentro de la desmesura. No hay estridencias.Las parejas dieciochescas de los cafés y de las calles venecianas, también, como las máscaras, están distantes del espectador y del turista que pasa. No son venecianos y pueden por eso mantener el distanciamiento que no sería posible si se encontraran con sus amigos y vecinos. No conocen a nadie y nadie los conoce a ellos a pesar de aparecer con las caras descubiertas, viviendo durante unos días o unas horas, una vida soñada y artificial, que recordarán de regreso en sus países, cuando vuelvan a ser ejecutivos de empresas de las más prácticas y reales transacciones económicas y ya no tengan de la corte de Luis XV más que el deseo y la nostalgia de unas formas de vida, de unos valores y de una estética perdidos para siempre.
EL ELITISMO
Más que un carnaval clasista, el de Venecia es elitista. El pueblo, como ya he dicho, participa como espectador, del mismo modo que se agolpaba en las verjas de los palacios en otras épocas para ver llegar a los invitados a una fiesta. No puede ser un carnaval clasista porque en la Europa contemporánea las clases no las establecen unos estamentos, sino unos poderes políticos y económicos, muy repartidos y cambiantes. Las élites no se establecen así, sino que son naturales y las crean, en cualquier régimen político y en cualquier época, las diferencias de los hombres. Los políticos torpes suelen confundir clases con élites, pero el pueblo llano nunca se equivoca en esa cuestión. La existencia de clases implica la unión de grupos sociales con poderes políticos y económicos, y la sociedad actual las tolera mal. La élites las crea la inteligencia y el talento y su poder es moral. Las clases imponen y fuerzan; las élites persuaden y convencen, e imponen lentamente unas ideas estéticas.El carnaval de Venecia no es popular en el sentido en el que lo son los de Río o Cádiz, es aristocrático, pero no en el sentido de clase social, sino en el del aristocratismo de las élites, que es un concepto muy antiguo y que no es otro que el del Arte. También los políticos y las clases populares aburguesadas, valga la redundancia, confunden aristocratismo con aristocracia. No es, ni de lejos, lo mismo. En Venecia hay aristocratismo propio y natural del Arte en una sociedad de valores prácticos y económicos. El carnaval oficial de Venecia existe también, con su concurso de trajes, su desfile de máscaras y disfraces porque la estructura de la ciudad no permite cabalgatas, si no la habría seguramente, pero no tiene interés o muy poco. Se celebra una especie de cabalgata de góndolas como recuerdo muy lejano de los antiguos desposorios de la ciudad con el mar, pero quien haya visto las pinturas sobre esta ceremonia comprenderá el pobre remedo que significa este desfile.Las autoridades políticas quieren estar en los acontecimientos famosos de las ciudades donde gobiernan, pero en el caso de Venecia parece que no entienden demasiado lo que pasa. Algunas empresas alquilan palacios para dar fiestas privadas, remedos torpes de las antiguas mascaradas de los nobles venecianos. Terminan como una fiesta corriente más, donde no se ha transgredido nada, donde se ha comido y bebido como en otra cualquiera. Sospecho que habrá fiestas verdaderamente privadas y esas sí pueden ser interesantes, pero el acceso a ellas es difícil.El verdadero carnaval está en la calle, excluyendo a todos, mostrando el aristocratismo que debe tener toda manifestación artística y dándonos a entender que por más que la tendencia política general sea hacia la masificación, el adocenamiento, el igualitarismo por debajo y la vulgaridad como valor democrátíco, el carnaval veneciano nos conduce en el silencio y el misterio de las máscaras, en el desdén de los personajes dieciochescos del café Florián a una actitud vital que, por fortuna, no se perderá nunca porque se habría perdido con ella lo mejor de la condición humana, lo más elevado del espíritu humano: el Arte.
Como diría Kierkegaard del protagonista de Diario de un seductor, la vida efímera de las máscaras son ensayos para vivir poéticamente, intentos de desdoblamiento para crear un personaje que responda a los deseos del creador. El fotógrafo ha escogido lo que por intuición ha visto más seductor de los seductores para inmortalizarlos sobre el papel, otro intento de vivir poéticamente, y que nosotros, al ver las fotos, nos detengamos ante los mundos inasibles de cada máscara, lo que de espíritu, de alma y de poesía hay en cualquier persona sensible y que nos pasa desapercibido en el trajín diario. Las fotos están para fijar ese espíritu y que reparemos en él.
El Arte tiene como más noble función hacernos mejores.







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