DOMINGO SANGRIENTO
La tarde del 30 de enero de 1972 más de 15.000 personas se manifestaban en la ciudad de Derry tras la convocatoria de la Asociación de Derechos Civiles, en una manifestación, ilegal pero pacífica, en contra del interment. La medida introducida por el Gobierno consistía en encarcelar sin juicio a los sospechosos de pertenecer al IRA. Centenares de personas habían sido detenidas, la mayoría de ellos inocentes gracias a dicha medida y al escaso entendimiento entre la policía norirlandesa y el ejército británico.
La manifestación se inició pacíficamente, aunque la tensión se podía respirar en el aire. Enfrente, un regimiento de paracaidistas del ejército británico, que había sido enviado a Derry, se encargaba del control de los manifestantes. De repente, un pequeño grupo de manifestantes apartado del núcleo principal comenzó a lanzar piedras a una barricada tras la que se parapetaban algunos soldados. Estos respondieron lanzando gases, balas de gomas y agua a presión. En unos instantes las calles de Bogside se convirtieron en un verdadero caos, mientras la gente corría despavorida entre el ensordecedor ruido de disparos, la confusión se convirtió en terror y los cadáveres cubrían el suelo. Los gritos de las mujeres y los niños quedaban ahogados por el estruendo de las balas que retumbaban como cañones. En unos 20 minutos, trece cuerpos yacían sin vida y más de treinta heridos -uno de los cuales moriría meses más tarde- eran el resultado de la respuesta del ejército británico a las piedras lanzadas por parte de los manifestantes. Acababa de nacer la leyenda del Bloody Sunday.
Un memorando interno del Ejército británico ha arrojado nueva luz sobre el Bloody Sunday, cuya segunda investigación se ha reanudado 25 años después de la matanza. La primera investigación exoneró al Ejército, pero en el marco del actual proceso de paz y como prueba de buena voluntad del Gobierno de Blair ante la comunidad católica en enero de 1998, se ordenó realizar una nueva investigación. El memorando revela que tres semanas antes de aquel Domingo, un oficial británico aconsejó tirar a matar en los guetos católicos de la provincia, como el Bogside de Derry, donde ni los gases lacrimógenos ni las balas de goma eran ya suficientes para sofocar los disturbios. En palabras del Mayor Robert Ford, el oficial al mando cotidiano de las tropas británicas en Irlanda del Norte, a su superior en la provincia, el teniente general Harry Tuzo, "La fuerza mínima necesaria para lograr la restauración de la ley y el orden es disparar a cabecillas elegidos entre los jóvenes hooligans de Derry, después de haber dado una clara advertencia". En el mismo documento, Ford explicaba que sus hombres utilizaban armas con munición de gran calibre y alta velocidad, capaz de matar a una persona y atravesarla, matando a otra. El mayor proponía modificar algunos de los fusiles para que funcionaran con munición de menor calibre para evitar daños colaterales.
La primera investigación, encargada por el entonces primer ministro Edward Heath, a su canciller de Justicia, Lord Widgery, exculpó a los soldados por considerar que habían actuado en defensa propia, aunque nunca pudo demostrar que los manifestantes estuvieran armados. El informe Widgery elaborado en sólo 11 semanas fue objeto de una viva polémica. Al juez se le acusó de no haber tenido en cuenta más que una docena de testimonios sesgados y, en particular, una advertencia de su Gobierno recordándole que en el Ulster se estaba librando "una guerra tanto militar como propagandística"
El escritor irlandés Don Mullan recoge en su libro Bloody Sunday el brutal comportamiento de los Paracaidistas del Ejército inglés contra los integrantes -desarmados- de una Marcha irlandesa por los derechos cívicos, confesadamente pacífica y así anunciada y realizada por parte de los irlandeses, en Londonderry (Irlanda del Norte), el 30 de enero de 1972. Pero los soldados ingleses habían pensado y se habían preparado para una acción de fuerza -sitiando prácticamente a la ciudad en sus principales barrios- y mantuvieron la idea hasta el final, presionando al general al frente, Patrick MacLellan, a detener "con firmeza la manifestación", hasta dejar las calles ensangrentadas con trece personas muertas y más de catorce heridas. Con todo, lo más lamentable políticamente fué la versión falseada de los hechos, dada por los contendientes -soldados y mandos- a los superiores del Ejército y Gobierno británico.
Paul Green Grass, escritor y periodista, además de realizador ("Resurrected", 1989, y "Extraña petición", 1998), ha procurado en este film alejarse de todo lo que pudiera parecerse a una ficción patriótica -la emocionante Canción U2 Sunday Bloody Sunday aparece solo en los títulos de crédito- y acercarse de un modo preciso e inteligente a un documental sobrio y sincero, testigo de unos hechos inolvidables y de importante y tremendo futuro: Después de la sangrienta Jornada, Ivan Cooper (James Nesbitt), del Movimiento irlandés de los Derechos Cívicos y responsable de la Marcha, anunció la muerte del Movimiento (que buscaba de modo pacífico una progresiva libertad) y profetizó de alguna manera el nacimiento del IRA. Interesante y hermosa película. Doliente, pero en la mejor línea del cine interesado por la Historia.
La manifestación se inició pacíficamente, aunque la tensión se podía respirar en el aire. Enfrente, un regimiento de paracaidistas del ejército británico, que había sido enviado a Derry, se encargaba del control de los manifestantes. De repente, un pequeño grupo de manifestantes apartado del núcleo principal comenzó a lanzar piedras a una barricada tras la que se parapetaban algunos soldados. Estos respondieron lanzando gases, balas de gomas y agua a presión. En unos instantes las calles de Bogside se convirtieron en un verdadero caos, mientras la gente corría despavorida entre el ensordecedor ruido de disparos, la confusión se convirtió en terror y los cadáveres cubrían el suelo. Los gritos de las mujeres y los niños quedaban ahogados por el estruendo de las balas que retumbaban como cañones. En unos 20 minutos, trece cuerpos yacían sin vida y más de treinta heridos -uno de los cuales moriría meses más tarde- eran el resultado de la respuesta del ejército británico a las piedras lanzadas por parte de los manifestantes. Acababa de nacer la leyenda del Bloody Sunday.
Un memorando interno del Ejército británico ha arrojado nueva luz sobre el Bloody Sunday, cuya segunda investigación se ha reanudado 25 años después de la matanza. La primera investigación exoneró al Ejército, pero en el marco del actual proceso de paz y como prueba de buena voluntad del Gobierno de Blair ante la comunidad católica en enero de 1998, se ordenó realizar una nueva investigación. El memorando revela que tres semanas antes de aquel Domingo, un oficial británico aconsejó tirar a matar en los guetos católicos de la provincia, como el Bogside de Derry, donde ni los gases lacrimógenos ni las balas de goma eran ya suficientes para sofocar los disturbios. En palabras del Mayor Robert Ford, el oficial al mando cotidiano de las tropas británicas en Irlanda del Norte, a su superior en la provincia, el teniente general Harry Tuzo, "La fuerza mínima necesaria para lograr la restauración de la ley y el orden es disparar a cabecillas elegidos entre los jóvenes hooligans de Derry, después de haber dado una clara advertencia". En el mismo documento, Ford explicaba que sus hombres utilizaban armas con munición de gran calibre y alta velocidad, capaz de matar a una persona y atravesarla, matando a otra. El mayor proponía modificar algunos de los fusiles para que funcionaran con munición de menor calibre para evitar daños colaterales.
La primera investigación, encargada por el entonces primer ministro Edward Heath, a su canciller de Justicia, Lord Widgery, exculpó a los soldados por considerar que habían actuado en defensa propia, aunque nunca pudo demostrar que los manifestantes estuvieran armados. El informe Widgery elaborado en sólo 11 semanas fue objeto de una viva polémica. Al juez se le acusó de no haber tenido en cuenta más que una docena de testimonios sesgados y, en particular, una advertencia de su Gobierno recordándole que en el Ulster se estaba librando "una guerra tanto militar como propagandística"
El escritor irlandés Don Mullan recoge en su libro Bloody Sunday el brutal comportamiento de los Paracaidistas del Ejército inglés contra los integrantes -desarmados- de una Marcha irlandesa por los derechos cívicos, confesadamente pacífica y así anunciada y realizada por parte de los irlandeses, en Londonderry (Irlanda del Norte), el 30 de enero de 1972. Pero los soldados ingleses habían pensado y se habían preparado para una acción de fuerza -sitiando prácticamente a la ciudad en sus principales barrios- y mantuvieron la idea hasta el final, presionando al general al frente, Patrick MacLellan, a detener "con firmeza la manifestación", hasta dejar las calles ensangrentadas con trece personas muertas y más de catorce heridas. Con todo, lo más lamentable políticamente fué la versión falseada de los hechos, dada por los contendientes -soldados y mandos- a los superiores del Ejército y Gobierno británico.
Paul Green Grass, escritor y periodista, además de realizador ("Resurrected", 1989, y "Extraña petición", 1998), ha procurado en este film alejarse de todo lo que pudiera parecerse a una ficción patriótica -la emocionante Canción U2 Sunday Bloody Sunday aparece solo en los títulos de crédito- y acercarse de un modo preciso e inteligente a un documental sobrio y sincero, testigo de unos hechos inolvidables y de importante y tremendo futuro: Después de la sangrienta Jornada, Ivan Cooper (James Nesbitt), del Movimiento irlandés de los Derechos Cívicos y responsable de la Marcha, anunció la muerte del Movimiento (que buscaba de modo pacífico una progresiva libertad) y profetizó de alguna manera el nacimiento del IRA. Interesante y hermosa película. Doliente, pero en la mejor línea del cine interesado por la Historia.
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