LA BELLEZA DE LA DESESPERACIÓN ( ¿Cómo ser humano en una sociedad inhumana? )
Del modo que Antonin Artaud pregonaba la decadencia de un teatro que se ha alejado de la solemnidad, de la risa, de un mordaz e hiriente lenguaje, de ese modo Sarah Kane nos lleva a escena sus propuestas y textos que a veces el público piensa que pueden llegar a estar en los linderos del nihilismo y son desconsoladores.
El teatro de Sarah Kane adopta el ritmo de “a la velocidad de la muerte”, es un teatro que no se detiene. Cuando descubrimos un espectáculo de Kane, parece que no pudiéramos parar hasta el final del texto, pero que tampoco este texto termina exactamente con el final, con la muerte, con el último texto. Poco le interesan las referencias directas, las influencias, al tiempo como nos las explica Harold Bloom. Olvida rápidamente la tradición y te dice las cosas en “tus propias narices” como para que te des con una piedra en los dientes, después te deja, te abandona a merced de los otros. Sin embargo en Sarah te embarga el optimismo, la belleza, y a veces el ideal, aunque no sea un teatro metafísico. Parte de la estética teatral de Sarah Kane está identificada con su grupo de arte, estética, teatro llamado “IN YER FACE”, que no tiene una traducción exacta o posible al español, pero que pudiera ser efectivamente “en tus propias narices” allí pone en práctica su experiencia teatral y su maravilloso sentido para incluir en sus textos la música que tanto amaba, Joy Division, The Pixies, Ben Harper, Radiohead, Polly Harvey, The Tindersticks, incluso Elvis Presley. Con una sonrisa franca, transparente, amenazadora de libertad atacaba furtivamente desde su estética a la hipocresía conque la sociedad trataba a sus semejantes, el horror de la guerra, la violencia, la muerte. Sarah Kane trataba en sus obras la “banalidad del mal” , esa indiferencia que adopta constantemente la humanidad ante la violencia que se gesta en el mundo, ella misma expresaba: “los actos de violencia ocurren normalmente en la vida, y no tienen mayor trascendencia y sin embargo son horribles.” Pero no todo pertenece al mundo de la violencia y de la muerte en la obra, también el amor juega y determina un papel importante en su dramaturgia, no el amor edulcorado del romanticismo, no el amor kitch, de fácil encuentro, algo difícil de comprender en Latinoamérica, no nos habla tampoco de un amor voluntarioso, a lo griego. Mas bien el amor de Sarah, es un amor que parte de la propiedad de la condición humana, en su dramaturgia el problema no es uno mismo, sino tratar de comprender al otro. Pero cuidado, aquí comprender al otro, no significa dar aportes a una metafísica pacata del amor, sino: para comprenderse uno mismo, primero también es importante comprender al otro, “ponerme en sus zapatos” " vestirme con la piel del otro y ver que se siente "
Sarah Kane nació en Essex Inglaterra, el 3 de febrero de 1971. Sus padres ambos periodistas y profundamente religiosos. Estudió arte dramático en la Universidad de Bristol, consiguiendo matrícula de honor, posteriormente hizo un Master en la Universidad de Birmingham. Sarah se suicidó cuando contaba apenas con 28 años de edad en 1999 y dejó una pieza teatral que se estrenó después de su muerte, 4.48 Psicosis. Para muchos, es una nota suicida, más valiosa como testimonio que como obra artística. Lectura miope, pero casi inevitable; el suicidio de Kane fue, además, terrible: su compañera la encontró inconsciente después de una sobredosis de pastillas y la llevó al hospital; sobrevivió sólo dos días, porque cuando despertó se ahorcó con los cordones de sus zapatos.
4.48 Psicosis, una pieza compleja, sin personajes, con una estructura de collage textual y un lenguaje por momentos cercano a la poesía y por otros al diálogo naturalista, además de otros recursos como fragmentos de historias clínicas y números ubicados en forma determinada, crea la sensación de un monólogo. Y es una implacable descripción de la desesperación causada por la enfermedad mental. “Está bien, hagámoslo”, dice su pasaje más famoso. “Hagámoslo con las drogas, hagamos la lobotomía química, bajémosles la cortina a las funciones más elevadas de mi cerebro y a lo mejor voy a ser un poquito más capaz de vivir.”
Reducir a Sarah Kane al status de artista atormentada es sin duda subestimarla. Su obra marcó un punto de inflexión en la dramaturgia británica. Kane era parte de un grupo de jóvenes dramaturgos a quienes la prensa especializada llamó los Nuevos Brutalistas o Nihilistas, que usaban la sexualidad y la violencia de forma explícita. Pero no se trataba de causar controversia de forma frívola: esta generación compartía preocupaciones estéticas y políticas. Hijos del thatcherismo, intentaban expresar el desencanto de mediados de los noventa: la traición del laborismo de Blair, la mentira de la cool Britannia y la desilusión ante el desmantelamiento del Estado por la detestada derecha.
La primera pieza teatral de Sarah Kane fue Blasted, donde un periodista moribundo tiene sexo con una menor de edad deficiente mental; la violencia de la relación personal se convierte de pronto en un espectáculo sangriento cuando la habitación que comparten se transforma en un campo de batalla. Los críticos la destrozaron, llamándola “enferma” y “desagradable espectáculo de mugre”. Kane tenía veintitrés años, y el único que salió en su defensa –y que hizo callar a los lobos– fue Harold Pinter: “La pieza de Kane es demasiado compleja y profunda para que los críticos la entiendan”, dijo el ahora premio Nobel. Con ese espaldarazo siguió adelante, y hacia el fin de su vida consiguió un prestigio notable: es una verdadera estrella en Alemania, por ejemplo, y en 2001 el London’s Royal Court Theatre le dedicó una temporada entera a sus cinco piezas.
Inesperadamente, dos de ellas acaban de ser traducidas al castellano y editadas en Argentina por un sello editorial local, Ediciones Artes del Sur. Se trata de la ya clásica 4.48 Psicosis (los números remiten al horario en que estadísticamente se cometen la mayoría de los suicidios) y Crave, otra pieza feroz y excelente, compañera natural de la anterior, basada en los temas del amor y la pérdida. Quienes hablan, sólo nombrados como A, B, C y M, no son exactamente personajes, y la pieza fluye como una serie de alocuciones desconectadas; pero hay cierta línea narrativa apoyada, como suele suceder con Kane, en la incertidumbre ética.
“No creo que mis obras sean deprimentes o desesperanzadas”, decía Kane. “Crear algo hermoso a partir de la desesperación o sobre la desesperación es para mí lo más esperanzador, afirmativo y vital que una persona puede hacer.” Tenía razón. Crave y 4.48 Psicosis son piezas desafiantes y conmovedoras, pero también investigaciones sobre la forma y textos consistentes. Mel Kenyon, su manager, decía: “Sarah quería hacer explotar los viejos formatos. La gente mirará su trabajo y admirará su coraje, la claridad de sus imágenes, y probablemente los estimulará a ser más valientes en su arte”.
El teatro de Sarah Kane adopta el ritmo de “a la velocidad de la muerte”, es un teatro que no se detiene. Cuando descubrimos un espectáculo de Kane, parece que no pudiéramos parar hasta el final del texto, pero que tampoco este texto termina exactamente con el final, con la muerte, con el último texto. Poco le interesan las referencias directas, las influencias, al tiempo como nos las explica Harold Bloom. Olvida rápidamente la tradición y te dice las cosas en “tus propias narices” como para que te des con una piedra en los dientes, después te deja, te abandona a merced de los otros. Sin embargo en Sarah te embarga el optimismo, la belleza, y a veces el ideal, aunque no sea un teatro metafísico. Parte de la estética teatral de Sarah Kane está identificada con su grupo de arte, estética, teatro llamado “IN YER FACE”, que no tiene una traducción exacta o posible al español, pero que pudiera ser efectivamente “en tus propias narices” allí pone en práctica su experiencia teatral y su maravilloso sentido para incluir en sus textos la música que tanto amaba, Joy Division, The Pixies, Ben Harper, Radiohead, Polly Harvey, The Tindersticks, incluso Elvis Presley. Con una sonrisa franca, transparente, amenazadora de libertad atacaba furtivamente desde su estética a la hipocresía conque la sociedad trataba a sus semejantes, el horror de la guerra, la violencia, la muerte. Sarah Kane trataba en sus obras la “banalidad del mal” , esa indiferencia que adopta constantemente la humanidad ante la violencia que se gesta en el mundo, ella misma expresaba: “los actos de violencia ocurren normalmente en la vida, y no tienen mayor trascendencia y sin embargo son horribles.” Pero no todo pertenece al mundo de la violencia y de la muerte en la obra, también el amor juega y determina un papel importante en su dramaturgia, no el amor edulcorado del romanticismo, no el amor kitch, de fácil encuentro, algo difícil de comprender en Latinoamérica, no nos habla tampoco de un amor voluntarioso, a lo griego. Mas bien el amor de Sarah, es un amor que parte de la propiedad de la condición humana, en su dramaturgia el problema no es uno mismo, sino tratar de comprender al otro. Pero cuidado, aquí comprender al otro, no significa dar aportes a una metafísica pacata del amor, sino: para comprenderse uno mismo, primero también es importante comprender al otro, “ponerme en sus zapatos” " vestirme con la piel del otro y ver que se siente "
Sarah Kane nació en Essex Inglaterra, el 3 de febrero de 1971. Sus padres ambos periodistas y profundamente religiosos. Estudió arte dramático en la Universidad de Bristol, consiguiendo matrícula de honor, posteriormente hizo un Master en la Universidad de Birmingham. Sarah se suicidó cuando contaba apenas con 28 años de edad en 1999 y dejó una pieza teatral que se estrenó después de su muerte, 4.48 Psicosis. Para muchos, es una nota suicida, más valiosa como testimonio que como obra artística. Lectura miope, pero casi inevitable; el suicidio de Kane fue, además, terrible: su compañera la encontró inconsciente después de una sobredosis de pastillas y la llevó al hospital; sobrevivió sólo dos días, porque cuando despertó se ahorcó con los cordones de sus zapatos.
4.48 Psicosis, una pieza compleja, sin personajes, con una estructura de collage textual y un lenguaje por momentos cercano a la poesía y por otros al diálogo naturalista, además de otros recursos como fragmentos de historias clínicas y números ubicados en forma determinada, crea la sensación de un monólogo. Y es una implacable descripción de la desesperación causada por la enfermedad mental. “Está bien, hagámoslo”, dice su pasaje más famoso. “Hagámoslo con las drogas, hagamos la lobotomía química, bajémosles la cortina a las funciones más elevadas de mi cerebro y a lo mejor voy a ser un poquito más capaz de vivir.”
Reducir a Sarah Kane al status de artista atormentada es sin duda subestimarla. Su obra marcó un punto de inflexión en la dramaturgia británica. Kane era parte de un grupo de jóvenes dramaturgos a quienes la prensa especializada llamó los Nuevos Brutalistas o Nihilistas, que usaban la sexualidad y la violencia de forma explícita. Pero no se trataba de causar controversia de forma frívola: esta generación compartía preocupaciones estéticas y políticas. Hijos del thatcherismo, intentaban expresar el desencanto de mediados de los noventa: la traición del laborismo de Blair, la mentira de la cool Britannia y la desilusión ante el desmantelamiento del Estado por la detestada derecha.
La primera pieza teatral de Sarah Kane fue Blasted, donde un periodista moribundo tiene sexo con una menor de edad deficiente mental; la violencia de la relación personal se convierte de pronto en un espectáculo sangriento cuando la habitación que comparten se transforma en un campo de batalla. Los críticos la destrozaron, llamándola “enferma” y “desagradable espectáculo de mugre”. Kane tenía veintitrés años, y el único que salió en su defensa –y que hizo callar a los lobos– fue Harold Pinter: “La pieza de Kane es demasiado compleja y profunda para que los críticos la entiendan”, dijo el ahora premio Nobel. Con ese espaldarazo siguió adelante, y hacia el fin de su vida consiguió un prestigio notable: es una verdadera estrella en Alemania, por ejemplo, y en 2001 el London’s Royal Court Theatre le dedicó una temporada entera a sus cinco piezas.
Inesperadamente, dos de ellas acaban de ser traducidas al castellano y editadas en Argentina por un sello editorial local, Ediciones Artes del Sur. Se trata de la ya clásica 4.48 Psicosis (los números remiten al horario en que estadísticamente se cometen la mayoría de los suicidios) y Crave, otra pieza feroz y excelente, compañera natural de la anterior, basada en los temas del amor y la pérdida. Quienes hablan, sólo nombrados como A, B, C y M, no son exactamente personajes, y la pieza fluye como una serie de alocuciones desconectadas; pero hay cierta línea narrativa apoyada, como suele suceder con Kane, en la incertidumbre ética.
“No creo que mis obras sean deprimentes o desesperanzadas”, decía Kane. “Crear algo hermoso a partir de la desesperación o sobre la desesperación es para mí lo más esperanzador, afirmativo y vital que una persona puede hacer.” Tenía razón. Crave y 4.48 Psicosis son piezas desafiantes y conmovedoras, pero también investigaciones sobre la forma y textos consistentes. Mel Kenyon, su manager, decía: “Sarah quería hacer explotar los viejos formatos. La gente mirará su trabajo y admirará su coraje, la claridad de sus imágenes, y probablemente los estimulará a ser más valientes en su arte”.
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