PEQUEÑO CUERPO DE LETRAS
1956 no es un buen año para Marguerite Duras: el delicado equilibrio en que convivían su esposo y su amante se rompe cuando este último la deja intespestivamente. El esposo, a su vez, incorpora otra mujer al departamento que comparten. A estos trastornos emocionales, la escritora debe sumarle la crianza de un hijo al que no comprende y con el que tiene sentimientos de amor-odio; acabará por enviarlo a un internado famoso por su severidad, sin terminar de saber si éste es un castigo para el niño o una búsqueda de libertad para la madre. Hace poco ha terminado el guión que Alain Resnais le ha encargado para su película sobre la bomba atómica en Hiroshima, pero ésta todavía no se filma, y, además, lleva meses sin publicar, pese a que escribe todo el tiempo.
Es entonces cuando Duras recurre al psicoanálisis. El cuerpo pequeño y de cuello corto ocupa un sillón y desgrana sus temores y sus pesares frente a otro que escucha atentamente. Las manos van de aquí para allá, explicando la propia vida. De tanto en tanto, descalzan los lentes que ya debe llevar, y soban los ojos cargados no de llanto, sino de esas lágrimas traidoras a su hieratismo que se acumulan en los repliegues de los párpados. Duras inquiere: ¿debe seguir? ¿Qué sentido tienen sus libros? ¿Para qué escribir?. El analista revuelve su biblioteca, busca los libros de la paciente y los lee. Lee cada una de las páginas. Lee cada una de las letras. Lee cada uno de los puntos, de las comas, de los espacios entre párrafos, de los blancos en las hojas. Y encuentra ese cuerpo pequeño y de cuello corto escrito en letras.
- No hace falta que vuelva -dice entonces el analista- la solución para usted es escribir.
Y Duras ya no vuelve a las sesiones en el sillón, a los ojos gastados por lágrimas, a las manos que explican. Duras escribe.
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